El arte magnético de Pablo Manrique
@NataliaGnecco
De tanto amar y andar nacen las obras de arte, por eso el artista colombiano Pablo Manrique no deja de admirar la belleza que crece en nuestro interior, la cual fue cultivando al observar a su abuela pintar pájaros y a su madre hacer los diseños de arquitectura a mano, junto a ellas aprendió los primeros conceptos sobre el dibujo y la perspectiva.
Su primer esbozo fue un caballo, inspirado en las clases de equitación que recibió en Barranquilla, pues un tío muy querido tenía cría de caballos y es así como comienza su interés por competir. Unido a esta gran pasión por la equitación el artista iba desarrollando su amor por la música y la pintura, acostumbraba animar las fiestas dentro y fuera del colegio con su acordeón, pero por andar pensando mucho en las artes, no fue muy aplicado que digamos en sus estudios, por eso recorrió varios planteles educativos.
Debido a un accidente grave que tuvo saltando a caballo, Pablo se vio obligado a dejar de montar un tiempo y esto lo llevó a explorar la naturaleza, fuerza, energía, de este animal cuadrúpedo, hasta desnudar su alma. El resultado de ese diálogo a solas con los caballos es tan asombroso, que ha logrado representarlo en diferentes texturas, a tal punto que logra sumergirnos en el romanticismo, la mitología y ese mundo onírico que representan los caballos.
Las obras de Pablo Manrique se han extendido por todo el mundo, en países como Rusia, Estados Unidos de América, Cuba, Brasil (incluido en el Instituto de Arte Mario Mendonça), y Colombia natal (en el Palacio de Justicia). En el 2015 la obra de Manrique llegó a Bogotá con dos exposiciones, una en el Salón Nacional de Arte en la galería Casa Cuadrada y la otra llamada Galopa, en el Museo Enrique Grau.
Pero con Galopa no sólo disfrutamos de excelentes ejemplares de caballos, Manrique demostró ser un artista versátil, capaz de despertar nuestras emociones a través de sus guerreros, la majestuosidad de un pavo real, la delicadeza del cuerpo humano o esa alma prudente, de corazón blando y humilde como es la Virgen María.
Toda belleza viene de Dios
Sin lugar a dudas, Pablo Manrique es un trotamundos, su obra así lo refleja, estudió en la Academia de Arte de Guerrero, en Bogotá y después en la Escuela de Bellas Artes de La Habana, Cuba. Con ayuda de su esposa de origen ruso, Tatiana Ivanova, decidí seguirle sus pasos hasta Tiradentes Brasil, donde reside desde el 2014.
Pablo, ¿Cuál es la técnica que empleas para pintar obras como “Caballo de colores” o “Spectrum”?
No me limito a trabajar con un mismo material, uso el que me sirva mejor para realizar lo que mi necesidad interior me pide. Puedo pintar a veces con acrílicos, óleos, pintura industrial o todos juntos; disfruto experimentar diferentes materiales, hasta con vino, salsa soya o remolacha. También disfruto combinar y crear texturas. Me gusta mucho cuando la obra es rica en materia.
¿Cómo han influenciado los artistas Grau, Obregón, Villegas, Caballero en tu obra?
Siempre me he sentido identificado más con los artistas costeños. Tal vez por haber sido criado en la Costa puedo llegar a entender un poco sus maneras de sentir. Crecí entre las Maria Mulatas de Grau, y aprendí de él a volver las imágenes en poesía. Desde pequeño me impresionó la expresión en el trazo de Obregón, todo lo que te puede transmitir una sola mancha. En algún momento me cautivó el realismo fantástico de Villegas, esas figuras que aparecen como magia y el misterio que carga su sombra. Gracias a Dios tuve la oportunidad de conocerlo y trabajar junto con él por una temporada. Después que conocí la obra de Caballero pinté por dos años solo en blanco y negro para entender mejor cómo funcionan la luz y la sombra. Nunca más vi un carbón con tanta fuerza como el de Luis Caballero.
¿Cómo ha sido la experiencia de hacer arte lejos de tu país?
Dicen que nadie es profeta en su propia tierra, y estando lejos de mi tierra he llegado a entender un poco mejor esa frase Bíblica. Creo que cuando viajamos a un lugar nuevo todos los sentidos naturalmente se nos abren más y la forma en que recibimos toda esa nueva información es diferente, y eso me gusta. Lo mismo cuando un nativo escucha hablar a un extranjero. Las diferencias siempre nos atraen. Aunque dejar a tu gente para pintar nuevos horizontes no es fácil. Aprendí a curar solo mis propias heridas y a seguir tocando mis vallenatos en acordeón en tierras en que igual nadie se sabe la letra.
¿Cuál ha sido tu mayor reto al tratar de representar esa vitalidad de los caballos, su pureza, sus movimientos?
Soy un apasionado de la anatomía de este animal. Para mí, sus formas cargan el verdadero significado de la armonía. La suave línea de su lomo la encuentro también en la silueta de una mujer, en una jarra de flores o en las olas del mar. Creo que su alma es un reflejo de la nuestra, por eso el mayor reto es poder conectar a ambas a través del movimiento, el color y la mancha.
Tus caballos vuelan en las alturas, ¿cómo has logrado este efecto?
Creo que ha sido compartiendo con ellos. Recuerdo cuando pequeño que solía acampar en los campos donde ellos pastaban. Ahí me sentía muy bien. Con ellos hablaba y hasta con ellos lloraba. Los miraba sin tiempo, me inspiraba su calma, y observaba la crin en el viento como si volaran. Me invitaban a soñar, a ser libre.
¿Y cómo pasaste de los caballos al tema de los guerreros?
Desde pequeño Los guerreros del Maestro Villegas me causaban una grande intriga de cómo hacer magia con la pintura, tenía una curiosidad muy grande de descubrir cómo lo hacía. Cuando lo escuché hablar de ellos me sentí muy identificado, él decía que todos somos unos guerreros en esta vida, que nos levantamos diariamente a luchar por nuestro dinero, nuestra comida, y a superar todos los problemas del día a día. Mis guerreros son espirituales, su única arma de defensa o de ataque es el amor, que es la belleza. Por eso nunca me gustaría dejar de pintar mis propios guerreros, como queriendo mantener vivo al Maestro.
¿Por qué ese llamado irresistible a inmortalizar la imagen de la Virgen?
Soy católico, al estudiar las cosas de Dios me enseñaron a ver a la Virgen María en todas las mujeres. La capacidad para amar que tiene una madre es la que más se puedes aproximar al amor incondicional de Dios. Una vez queriendo encontrar una modelo perfecta para que me ayudara a pintar una serie de vírgenes, encontré a la mujer que hoy es mi esposa. Siento fuertemente la presencia de la Virgen María en mi vida siempre. Y a veces esa energía femenina la relaciono con la luna o con Tatiana mi esposa.
Finalmente, ¿cómo logras concebir tus obras?
Mi proceso creativo se divide en tres partes Importantes. La primera es la oración. Creo que toda belleza viene de Dios porque Dios es la belleza. La segunda parte tiene que ver muy poco con la razón. Es más intuitiva, espontánea, accidental, abstracta, libre. Como queriendo dejar a mi alma decir lo que mi cabeza no sabe. Y por último entro con la parte académica, poniendo en práctica todos mis conocimientos sobre la técnica, y todas las teorías aprendidas a lo largo del camino, dejando siempre espacio para experimentar cosas nuevas. Nunca pienso en el tiempo a la hora de pintar, mi única preocupación es la de ser honesto conmigo y esforzarme por complacer esa necesidad interior cueste el tiempo que cueste, ya sea pintando un caballo o una virgen. A veces quiero pintar lo que veo; a veces lo que no veo, pero siempre con la misma sed de conocerme a mí mismo.
Fotos: Archivos Pablo Manrique
Agardecimientos: Tatiana Ivanova
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