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Colombia - April 10, 2011

De los tiempos de la Cacica a Daniel Coronell y cía

Recuerdo que cuando aún no me había graduado de bachiller, cuando  ni siquiera  soñaba con ser periodista, mis domingos eran obligatoriamente dedicados a leer la prensa. Las ganas de dormir me las espantaba mi  papá quien sagradamente, desde las cinco de la mañana empezaba a leer  a todo pulmón, los titulares y a resumir los  acontecimientos publicados por  El Tiempo y El Espectador, durante la semana.  Eso si, como buen provinciano siempre leía en el diario El Espectador,   La  Carta Vallenata,  columna de opinión de la tristemente célebre Consuelo Araujo Noguera.

 

En esa época, la Cacica  era la sensación en la capital por poseer un  lenguaje mordaz y decirle a la gente la verdad en su cara “sin pelos en la lengua”.  Para aumentar su irreverencia contra el mundo,  a Consuelo   se le apareció la virgen: Encontró un enemigo público, a quien criticar  todos los días, era el  ex contralor Aníbal Martínez Zuleta, a quien bautizó “doctor  merengue”.  Por azares de la vida este señor, era nuestro vecino en Bogotá, alguien  a quien   mi papá conocía y saludaba cada vez que lo tropezaba en sus caminatas matutinas, porque era muy amigo de mi abuelo.  Cuando  pasaba  por ese andén  me quedaba pensando en la amargura que se debía sentir detrás de esas rejas blancas cada vez que la Cacica enfilaba su mortal pluma y la verdad  me daba oso ajeno.

Mi papá siempre rechazó  la vulgaridad de la Cacica y su falta de estilo periodístico para señalar los supuestos  delitos del  servidor público y más de una vez me dijo  “Con la misma vara que mides serás medido”. La enemistad entre la Cacica y Martínez Zuleta es legendaria en la Costa Atlántica y en la capital del país, ambos se denunciaron mutuamente, hasta que  la Corte Suprema de Justicia terminó condenándolos: A  Martínez  Zuleta por delitos contra la administración pública y  a Consuelo Araujo por injuria y calumnia.

Han pasado más de veinte años, ahora soy periodista, he ejercido mi profesión fuera del país y me da un pesar ver que  la historia se repite en los principales diarios y revistas de Colombia: Periodistas que se desayunan, almuerzan y cenan atacando a un personaje público que está en el ojo del huracán con o sin justa razón. Si bien nuestra misión  es informar, denunciar con pruebas, datos  y hechos, no entiendo porqué   despotricar al político de turno sigue siendo el escalón más seguro para obtener reconocimiento, audiencia y aplausos ilimitados.

Después de ver la forma tan espantosa en que murió la Cacica, a manos de las Farc, son muchas las reflexiones que pasan por mi mente. Primero cómo llegó a tener una columna en El Espectador si no terminó ni el bachillerato? ¿Gracias a  López Michelsen,?  Hacer un festival de música era suficiente mérito para liderar políticas públicas en el Ministerio de Cultura?  ¿Qué tan buena gobernadora hubiera sido?

Consuelo  que en medio de su soberbia pedía ser enterrada de pie, porque  ella no se arrodillaba ante nadie, sembró tanto  rencor,  rabia, resentimiento y odio en sus columnas y al final recibió una gran dosis de su misma medicina,  pues son muchos los titulares que han manchado el honor de su familia  por delitos igual o peores de los que acusó al ex contralor Aníbal Martínez.

Personalmente encuentro deplorable que a estas alturas del paseo  muchos columnistas colombianos se dejen  llevar más por la ira, el rencor, el resentimiento o  el apasionamiento en el momento de escribir sus columnas de opinión, algunos hasta desentierran fantasmas para ganar popularidad.  No hay que olvidar que somos solo periodistas, no jueces de la justicia divina.   Reitero no está mal informar, denunciar, pero ejercer el periodismo a expensas de la desgracia ajena,  es un capitulo del código de ética profesional desconocido para mí.

Ver a la periodista Claudia López anunciar su victoria en el twitter, porque ganó el pleito contra el ex presidente Samper por injuria y  calumnia;  a Daniel Coronell constantemente agarrado de las mechas  con la familia del ex presidente Uribe;  a Daniel Samper Ospina criticar a todos los políticos de turno con sus repetitivos chistes  babosos, a sabiendas que sin el respaldo  de ese apellido del que tanto denigra, probablemente  no estaría escribiendo en la revista Semana,  es vergonzoso para el gremio.

Los columnistas colombianos están tan acostumbrados a denigrar de la gente,  que cuando no tienen una víctima se vuelven sosos en la prosa, es el caso de Felipe Zuleta quien es experto en  todo aquel que ostente jurisdicción y mando, yo me pregunto ¿cuánto le durará la luna de miel con el Presidente Santos? Hay otras que ni la voz les ayuda para denigrar es el caso de Vicky Dávila, quien por más que se esfuerce por adoptar el estilo de  de Félix de Bedout no va a conseguir el rating de esta manera. Mejor, dicho, le  va tocar volverse más  creativa.

Como lo comenté en mi twitter, la libertad de expresión no nos da derecho a abusar. Cuando las columnas de opinión se vuelven guerras de opinión,  en contra de un individuo X o de un enemigo público especifico, el periodista  aumenta su  audiencia y dispara su popularidad, pero  lejos está de contribuir a la justicia, más bien genera un show mediático y provoca  más violencia en sus lectores.   Ahora  que todos quieren imitar a Félix de Bedout , pocos se acuerdan de sus comienzos, sus tropiezos  y cómo se ha visto obligado a documentarse, informarse para poder ganar la credibilidad que hoy ostenta.

La manera más fácil de comprobar que muchos columnistas generan más violencia, que información valiosa para  la justicia, es leer los comentarios de los lectores de la prensa colombiana. Qué vergüenza, son muy pocos los aportes  o comentarios rescatables,  no leemos sino insultos y palabras de grueso calibre, amenazas de muerte, irrespeto, odio, venganza, etc, etc . No se está generando una conciencia social, sino  violencia. Tal parece que al género periodístico en Colombia  habrá que agregarle el estilo ‘Cacica”.  Eso sí,   después no hagan aspavientos,  recordemos que, quien siembra vientos y recogerá tempestades.

Bueno,  yo prefiero conservar  el estilo  Fallaci y me sostengo en lo que pienso: Es mejor construir que destruir; forjar opinión que odios. Ser un buen periodista no es ser el  más famoso, sino el mejor informado.

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