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Colombia - April 1, 2014

Bullying laboral, un enemigo latente

“No me aguanté un día más”. Con esta expresión María Eugenia me resume la pésima experiencia que tuvo con su jefe inmediato y continua: “las principales razones se pueden atribuir a que es una mujer muy insegura, algo que se hacía evidente cuando otros jefes o directivos de mayor rango se mostraban más amables conmigo que con ella. La forma como me miraba denotaba cierta envidia por mi forma de vestir, mi apariencia física y mi preparación académica, todo ese malestar que le producía tener una profesional competente y atractiva en su equipo volvió un infierno mi lugar de trabajo”.

El caso de María Eugenia es apenas una muestra de muchas personas que afrontan bullying laboral, el cual sigue vivito y coleando pese a la existencia de la Ley 1010 de 2006 que previene, corrige y sanciona el acoso laboral y otros hostigamientos en el marco de las relaciones de trabajo. Quienes pensaron que esta ley acabaría con los jefes tiranos y que tendrían sus días contados para dejar de humillar y ofender a sus subalternos, se equivocaron. Ya sea por temor a represalias o por simple desconocimiento de la ley, los tiranos siguen reinando sin que nadie les ponga un tatequieto, pues ante la necesidad económica, la mayoría de las víctimas siguen trabajando bajo la amenaza de su verdugo.

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Maria Eugenia asegura que sólo deseaba trabajar por aprender y adquirir experiencia profesional, más no por una extrema necesidad ni por deseos de figurar como si le preocupaba a su jefe y agrega: “Ella no soportaba que alguien del género opuesto me mirara, perdió su autocontrol, empezó a gritarme por cualquier cosa y un día me dijo que si no estaba a gusto entonces me fuera a trabajar con otro jefe. Yo preferí renunciar”.

Para esta joven profesional, la solución fue radical, pero es evidente que la falta de asesoría, la escasa capacitación y un desconocimiento de la norma son las principales limitaciones para la aplicación de la Ley 1010 de 2006, es por eso que este flagelo sigue en aumento. Lo curioso es que a pesar de no saber mucho sobre el objeto de la ley, todas las situaciones que describen las víctimas están tipificadas como “acoso”.

Gladys de 27 años se suma a esta lamentable situación y relata: “Trabajaba en una agencia de publicidad cuando mi madre se enfermó gravemente y tuve que permanecer varios días con ella en la UCI. Todos conocían mi situación en la empresa, yo cumplía satisfactoriamente con mi trabajo, pero cuando regresé mi jefe tenía una actitud muy hostil hacia mí, como si la enfermedad de mi mamá fuera una simple gripa. Me puso en periodo de prueba por varias semanas, todo el tiempo me señalaba a un miembro del grupo que podría ser potencialmente mi reemplazo y me humillaba cada vez que le daba la gana. Mi madre falleció y me apresuré a buscar otro trabajo, pero esta experiencia de tener una persona tan inhumana como jefe inmediato, en un momento de mi vida tan doloroso, me ha marcado profundamente”.

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Por su parte Manuel de 30 años no puede creer lo afortunado que es, pues le cambiaron el jefe inmediato en la entidad donde trabaja. “La bruja todavía sigue aquí como si nada, pero es un alivio que ya no esté con el grupo, pues muchos de mis colegas abogados tuvieron que renunciar, ya no podía conversar con nadie en la oficina, los horarios se volvieron extensivos y me daba lástima ver a mis compañeras sin apetito, cuando podíamos salir a almorzar, algunas hasta vomitaban de tanto estrés que nos causaba trabajar para una mujer que solo tenía comentarios hostiles y humillantes para descalificarnos profesionalmente.”

Elvira de 39 años, no ha contado con la suerte de Manuel, su experiencia es aún más traumática, pues no sólo perdió a su bebé, sino que recibe de su jefe el peor trato, que lo deja como un completo tirano, ella relata: “Al principio mantuvimos una relación profesional sana, yo tenía la mejor imagen de él como un hombre muy preparado, inteligente, hasta de buena cuna. Sin embargo, en muy corto tiempo descubrí que era misógino, súper cruel con todas las mujeres de la oficina y entre más competente era con mi trabajo, menos reconocimiento recibía, hasta el punto que me fue aislando del equipo, asignándome tareas absurdas para aburrirme.

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Lamentablemente, estuve incapacitada por un legrado que me practicaron y cuando regresé me encontré con la sorpresa que me renovó el contrato por menos valor y ahora me ataca con comentarios desobligantes enfrente de otras personas. Lo peor es que no puedo renunciar, porque mi familia depende de mi salario”.

“Si por allá llueve, por aquí no escampa”, me asegura Julio, ingeniero industrial de 29 años que confiesa estar cansado de los jefes represivos, que se apropian de las ideas ajenas, que piensan que ser productivo es estar aplanchado ocho horas en un escritorio y si alguien sale después de las seis de la tarde, entonces si es proactivo. Julio agrega: “Mi jefe se aprovecha que todos necesitamos nuestro trabajo y no tiene tacto para nada, cuando obtengo un logro ni siquiera se toma la molestia de felicitarme, la idea es humillar, descalificar. Es increíble, pero tengo correos donde me dice ¿Esto es lo único que se le ocurre? Hasta en reuniones delante de todo el mundo me pregunta irónicamente ¿Qué fue lo que usted estudió? Todo porque difiero de su punto de vista, no significa que soy un tarado.”

Y como de todo existe en la viña del señor, Víctor arquitecto de 31 años me asegura que nunca sabe a ciencia cierta quién sufre verdaderamente de bullying en su oficina y quién no, él puntualiza: “no entiendo por qué algunos adoptan una actitud tan masoquista, entre más los trapea el jefe, más arrodillados son con ellos. Tanta hipocresía, me despista”.

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