Sentimental Value (Valor sentimental), la película noruega dirigida por Joachim Trier y escrita junto a Eskil Vogt, es —sin exagerar— la mejor película que he visto en 2025 y ocupa, desde ya, un lugar privilegiado en mi lista de favoritas del año. Con una duración cercana a las dos horas y media, el film no solo confirma la madurez narrativa de Trier, sino que reafirma su sensibilidad única para explorar los vínculos familiares, el silencio emocional y las heridas que se transmiten de generación en generación con una honestidad profundamente conmovedora. Fue ganadora del prestigioso Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Cannes de 2025.
Protagonizada por Renate Reinsve, Inga Ibsdotter Lilleaas, Stellan Skarsgård, Elle Fanning y Cory Michael Smith, la película narra el reencuentro entre Nora, una reconocida actriz de teatro, y su padre Gustav Borg, un director de cine en decadencia que intenta regresar a la industria con un guion inspirado en su propia historia familiar. El conflicto se intensifica cuando Nora rechaza el papel principal y Gustav decide ofrecérselo a una joven estrella de Hollywood, exponiendo viejas tensiones, reproches no dichos y un vínculo marcado por la distancia emocional.
Una mirada crítica al abandono, la memoria y el perdón
Uno de los principales valores de Sentimental Value es su capacidad para conectar lo íntimo con lo histórico. A través del personaje de Agnes, la película reflexiona sobre la importancia de revisar las historias familiares y el peso del pasado en la construcción emocional de las generaciones actuales. La experiencia traumática de la abuela durante la Segunda Guerra Mundial no solo funciona como contexto, sino como una explicación silenciosa del carácter de Gustav y de su incapacidad para establecer vínculos afectivos sanos con sus hijas.
Desde el punto de vista formal, Trier apuesta por una puesta en escena sobria pero precisa. El uso constante de primeros planos acerca al espectador a la intimidad emocional de los personajes, mientras que los cortes abruptos a negro —sin música ni transiciones— funcionan como pausas incómodas que refuerzan el vacío emocional y obligan a procesar lo visto. La confusión deliberada entre las escenas del proyecto cinematográfico de Gustav y la vida real acentúa la idea de que, en esta historia, el cine y la memoria familiar son inseparables.
La narración en off y la representación de la casa familiar como un espacio cargado de grietas no reparadas refuerzan el simbolismo del relato: los lugares físicos esconden la misma fragilidad que los vínculos humanos. En este contexto, el perdón y la reconciliación aparecen como procesos complejos, no idealizados. La película expone duelos inconclusos entre padres e hijas y plantea cómo, incluso dentro de una misma familia, la resiliencia frente al abandono puede variar profundamente.
El cine dentro del cine
Además del conflicto familiar, Sentimental Value introduce una crítica sutil pero contundente a la industria cinematográfica contemporánea. Este elemento se materializa a través del personaje de Rachel Kemp, la reconocida actriz que se ve cautivada por la genialidad del guion de Gustav y asume el reto de interpretar el rol principal de una historia cargada de una intensidad emocional que termina por dejarla exhausta, atrapada en callejones sin salida personales y creativos.
La crisis que atraviesa Rachel para encarnar a su personaje parece funcionar como un recurso deliberado de Trier para mostrar lo que implica asumir un papel en una película: los ensayos, la transformación emocional y física, y la manera en que los actores se exponen hasta el límite. Esta experiencia dialoga directamente con el ataque de nervios que sufre Nora al salir al escenario, estableciendo un paralelismo entre ambas intérpretes y haciendo al espectador partícipe de ese behind the scenes que rara vez se percibe desde la comodidad de una sala de cine. Trier revela así un costado invisible del cine: proyectos que se abandonan, procesos creativos que dejan huellas profundas y sacrificios que no siempre se traducen en reconocimiento público.
En este mismo eje crítico, Gustav confronta a su hija Nora con una reflexión incómoda sobre la diferencia entre ser actriz y ser guionista. Desde su perspectiva, la actuación es efímera, dependiente del ego, del reconocimiento constante y, sobre todo, de la validación de productores y de la industria. En contraste, la escritura aparece como un camino más duradero, capaz de dejar una huella más profunda y estable en el tiempo. Este discurso no solo revela la visión amarga de Gustav sobre el medio, sino también su incapacidad para comprender del todo las inseguridades y fragilidades emocionales de su hija.
Con un ritmo pausado y diálogos cargados de tensión, apoyados por una música que a menudo se ausenta, Sentimental Value aborda temas como la soledad, el alcoholismo, las crisis de pareja, el divorcio y el suicidio sin caer en el exceso melodramático. La película se sostiene en la fuerza de sus actuaciones y en una mirada crítica sobre la familia como núcleo social: cuando ese núcleo se quiebra, el impacto emocional trasciende lo individual.
Emotiva, reflexiva y profundamente humana, Sentimental Value no busca ofrecer respuestas definitivas, sino abrir un espacio de reflexión sobre el peso del pasado, la necesidad de validación y la dificultad de reparar aquello que se ha roto. Una obra sólida y conmovedora que confirma a Joachim Trier como una de las voces más relevantes del cine contemporáneo.
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