“Good Fortune”: una historia sobre la esperanza, la fe y el propósito La nueva comedia *Good Fortune*, dirigida por Aziz Ansari y protagonizada por Keanu Reeves, Blanca Araceli, Seth Rogen y el propio Ansari, va mucho más allá de lo que promete su tráiler. Detrás de las risas y las situaciones absurdas, encontramos una historia profunda sobre la esperanza, el propósito en la vida y el verdadero significado del éxito.
Gabriel (Keanu Reeves) es un ángel bienintencionado, pero bastante torpe, que baja a la Tierra con la misión de ayudar a Arj (Aziz Ansari), un organizador de conciertos en crisis, y a Jeff (Seth Rogen), un acaudalado inversor de capital riesgo cuya vida se desmorona. Las buenas intenciones del ángel se topan con resultados impredecibles, generando una cadena de situaciones que invitan al espectador a reflexionar sobre las vueltas de la vida y el poder de la resiliencia.
A lo largo de la película, emerge un mensaje claro: es fácil mantener una actitud positiva cuando la fortuna nos sonríe, pero ¿qué pasa cuando enfrentamos la adversidad? Si, como los protagonistas, perdemos el trabajo, el dinero, o la confianza en nosotros mismos, reconstruir nuestra fe interior puede ser un desafío titánico. Superar los obstáculos que la vida nos impone requiere paciencia, humildad y, sobre todo, espiritualidad.
Uno de los momentos más reveladores ocurre cuando Jeff, acorralado por las deudas y el fracaso, le dice al ángel: “Quiero hablar con Dios, sí, con tu jefe.”
Esa línea resume el sentir de muchos que, cuando tocan fondo, buscan respuestas más allá de lo material. La cinta también ofrece una crítica lúcida al sueño americano, representado por tres tipos de trabajos que un inmigrante en Los Ángeles debe desempeñar para sobrevivir. A través de estas historias, se refleja una dura realidad: incluso los profesionales más preparados terminan vendiendo casas o asumiendo empleos precarios en el sector inmobiliario para poder subsistir.
Otro punto esencial es la reflexión sobre el éxito. Para Arj, el éxito está ligado al dinero, a la abundancia y a la satisfacción material. Pero, ¿es eso suficiente? Jeff, en cambio, aprende desde la carencia a ver la necesidad en los demás, a no ser indiferente, y a agradecer lo que alguna vez dio por sentado. Perderlo todo lo confronta con el rechazo, la discriminación y la falta de oportunidades que viven tantas personas. Su caída lo humaniza, lo obliga a mirar al otro y a experimentar lo que yo llamo: “pasar el Niágara en muletas”.
Incluso Gabriel, el ángel, que empieza siendo un guía celestial, termina experimentando la condición humana en toda su vulnerabilidad: hambre, sueño, frustración, desilusión… Al perder sus poderes, descubre cuánta entereza se necesita para no rendirse ante el infortunio.
La dosis femenina de esta comedia llega de la mano de Elena, una mujer auténtica, con principios y sentido de pertenencia. Defensora de los derechos laborales y del sindicato —lo que también evidencia una crítica social a la falta de progreso real en los salarios y las condiciones de trabajo—, Elena representa una voz firme, coherente y esperanzadora. A pesar de los altibajos económicos, mantiene su propósito vital intacto. Su actitud ante la vida inspira: no es arribista ni frívola, sino profundamente humana.
Aunque *Good Fortune* podría parecer una comedia ligera, termina siendo una grata sorpresa para el espectador. Sus temas la fe, la gratitud, el propósito, la empatía nos recuerdan que la esperanza nunca debe perderse, aun cuando todo parezca derrumbarse. Los milagros no llegan con trompetas ni alas, sino en forma de pequeñas señales, encuentros o aprendizajes que nos invitan a mirar la vida con nuevos ojos. Porque, al final, la verdadera fortuna no está en lo que tenemos, sino en lo que somos capaces de aprender cuando lo perdemos todo. Good Fortune nos recuerda que cada caída puede ser una oportunidad para reconectar con lo esencial, con la fe y con esa fuerza interior que nos impulsa a creer de nuevo.